16.3.06

El fin del odio


Odio desde que nací, ni siquiera desde que tengo razón. Nunca la tuve.
Mi infancia fue un largo y estruendoso berrinche que hizo que los que me rodearan me malquisieran. No es que no me querían, me malquerían que es infinitamente peor.
Viví aislado de los demás chicos que no podían acercarse a mi porque los golpeaba o los maldecía. No fui admitido en ningún jardín de infantes ni guardería. Mis padres me dejaron en casa de alguien que me crió y a quien yo odié siempre por querer ocupar el lugar de alguien que yo ya odiaba de antemano.
A los cuatro años en un descuido de mi tutora tome un chupetín de un niño que jugaba en los subibajas de la plaza, estúpidamente feliz, y lo enterré en la arena. Cuando este embrión de energúmeno lleno sus ojos de lagrimas y se disponía a emitir uno de esos gritos de queja y fastidio que se multiplicaban a mi paso decidí abortar el cobarde escándalo tirándole arena en los ojos, como esto no hizo callar al mequetrefe me senté en el opuesto del subibaja dándole un golpe de lleno en la pera. Si mi intención era mitigar el ruido fracase horriblemente, pero entre la mirada asustada y cobarde y la sangre que brotaba de la boca del bastardo me vi redimido. Nunca me importo que me castigaran ,el dolor remite al odio y el odio es mi elemento.
A los 7 años se deshicieron de mi y me dejaron en un reformatorio un lugar de mi completo agrado donde se podía odiar sin remilgos. Mi primera víctima fue en el reformatorio. Un enfermito que dio lastima casi dos meses hasta que pude envenenarlo, no quise matarlo sin mas, preferí que sufriera así que administré la ponzoña para que fuera lo mas dolorosa posible. El enfermito se quejaba y se quejaba que le dolía la panza y los enfermeros, unos seres desalmados, jamás atendieron sus quejas. Yo sabia que las tripas se le iban quemando de a poco y que nunca terminarían por lo menos hasta que yo no me apiadara y terminara con su vida .Eso no iba a pasar, yo gozaba con el dolor , eran un poco molestos los quejidos pero a mi me sonaban gratos. No aguantó mucho el subnormal ,como lo odié cuando se apagó entre vómitos y me privó de mi diversión diaria.
Cuando a los dieciocho salí de ahí, era el infierno. En las calles habia carteles por todos lados de gente que sonreía para vender cualquier cosa. Insoportable.
Me mezclaba en cualquier pelea y le pegaba a quien menos pudiese defenderse, necesitaba mi dosis de violencia y el odio en la mirada ajena nutria el mío y lo hacia mejor.
Me presentaron una gorda odiosa y rastrera que se excitaba cuando la maltrataban, nunca habia visto una mujer desnuda salvo en las revistas y este engendro no se parecía a nada que hubiese visto. Combinamos bien, ella era el objeto de mi odio y yo su fuente de placer.
La golpee, la meé, la hice revolcarse en la mierda y ella me lo agradecía. Eso era lo que mas me enfurecía y hacia encarnizarme. Ella gozaba con su dolor pero yo necesitaba su miedo y su desprecio para satisfacerme, no esa mirada lánguida y extasiada. Me imagine que si la matase y la destripase las vísceras serian las de una vaca, rumiante estúpida y complaciente. Un día la até de pies y manos en una suerte de potro que tenia en la casa, calenté un fierro en el hogar e incandescente se lo metí en el culo con saña. Por primera vez vi el miedo y el dolor insoportable en su mirada.
Me estremecí al punto de sentir en mi una sensación extraña que amalgamaba toda la situación: la gorda gimiendo y clamando por favor con un hierro en el culo, el olor a la carne quemada, mi odio descansando, esta rara armonía.....



No hay comentarios.: